Imagen de la primera reunión de la directiva salida del 5 de febrero |
José Manuel Fernández/LPB
El viernes 5 de febrero de 1993 supuso un antes y un después en la centenaria existencia de la Balona. A un grupo de apenas cinco seguidores les dio un vuelco el corazón poco después de las nueve de la noche cuando el entonces alcalde, Salvador Pagán, pronunció unas palabras que han quedado marcadas en la mente de cientos de aficionados: “Señores, estamos firmando la desaparición de la Balona el 30 de junio”, dijo la máxima autoridad municipal cuando decenas de personas ya habían abandonado descorazonadas el salón de actos del Círculo Mercantil.
Un socio se levantó y se lanzó a la aventura presa de la rabia y sin pensar en ese momento en lo que se le venía encima. A ese socio se le unieron segundos después dos más y los tres decidieron convocar una reunión el lunes 8 de febrero en la desaparecida sede de la calle del Sol a la que ya asistieron más ‘valientes’.
La plantilla de la Balona y el gerente, Mario Galán, se habían hecho cargo del club tras la dimisión de la junta gestora que lo dirigía al no poder hacer frente a la deuda con los futbolistas correspondientes a los meses de octubre, noviembre y diciembre. La nómina mensual del club suponía unos tres millones de pesetas, según los capitanes, Juan Arias y José Manuel García, portavoces de la plantilla. Los jugadores no sabían si podrán culminar aquella extraña iniciativa, aunque confiaban en ser capaces de superar la situación deportiva del equipo, último de la tabla, y lograr la supervivencia de la entidad con el apoyo de la afición.
Pero la situación se hizo insostenible y fue convocada aquella asamblea con la presencia de un delegado federativo. Las propuestas, apoyadas por el entonces alcaldes, no encontraban el calor de los aficionados, que abarrotaron el salón del Círculo. La desesperación cundía hasta que se arrojo la toalla. Pero esa última súplica de Pagán encontró eco en un grupo de unos cuantos intrépidos que se vieron obligados a tomar decisiones inmediatas.
La primera fue recuperar a Baby como entrenador. El técnico algecireño había sido cesado en la primera vuelta y sustituido por el argentino Carlos Pacheco. Pero la directiva se puso en contacto de manera inmediata con él y en esa misma semana volvió a dirigir los entrenamientos. La plantilla, algo más tranquila pero muy desilusionada por la incertidumbre, se conjuró para tratar de poner todo de su parte en la lucha por la supervivencia. Pero el primer partido después de aquella asamblea fue un mazazo. El equipo perdió 5-0 en el viejo Colombino ante el Recreativo de Huelva. La directiva siguió luchando contra viento y marea. El apoyo de Domingo Ferrá fue fundamental y llegó a sufragar los gastos de algunos desplazamientos, porque los ingresos eran escasos y no daban para nada.
Una victoria en casa sobre el Marino canario y un empate a cero en El Ejido mejoraron el ambiente pero el 0-3 ante el Xerez Deportivo en partido mañanero fue otro jarro de agua fría, a pesar de lo cual siguió luchando y logró marcadores esperanzadores en casa y fuera, como aquel 1-3 en Lepe o el 3-3 en el viejo Insular ante Las Palmas con un gol de bandera de Juanito Hoyos.
En la jornada 34º, fue desperdiciado un 0-2 en Estepona que pudo haber sido clave. El empate a dos dejó todo casi sentenciado y al final se certificó el descenso en la penúltima jornada ante el Mensajero. A Los Cármenes se fue ya por compromiso en la última jornada.
En lo administrativo, la directiva seguía haciendo malabarismos para poder viajar y pagar algo a los jugadores pero éstos se vieron obligados a denunciar ante la AFE.
Terminada la competición liguera comenzó otra, la de encontrar el dinero para que el equipo no perdiera otra categoría por impagos. El trasiego del club a La Caixa de aficionados con las aportaciones económicas eran constantes. Las negociaciones con los jugadores, agónicas. El despacho del alcalde era más una sala de gestión que otra cosa hasta que al final se logró superar el trance y el equipo, como club, salió a flote.
El viernes 5 de febrero de 1993 supuso un antes y un después en la centenaria existencia de la Balona. A un grupo de apenas cinco seguidores les dio un vuelco el corazón poco después de las nueve de la noche cuando el entonces alcalde, Salvador Pagán, pronunció unas palabras que han quedado marcadas en la mente de cientos de aficionados: “Señores, estamos firmando la desaparición de la Balona el 30 de junio”, dijo la máxima autoridad municipal cuando decenas de personas ya habían abandonado descorazonadas el salón de actos del Círculo Mercantil.
Un socio se levantó y se lanzó a la aventura presa de la rabia y sin pensar en ese momento en lo que se le venía encima. A ese socio se le unieron segundos después dos más y los tres decidieron convocar una reunión el lunes 8 de febrero en la desaparecida sede de la calle del Sol a la que ya asistieron más ‘valientes’.
La plantilla de la Balona y el gerente, Mario Galán, se habían hecho cargo del club tras la dimisión de la junta gestora que lo dirigía al no poder hacer frente a la deuda con los futbolistas correspondientes a los meses de octubre, noviembre y diciembre. La nómina mensual del club suponía unos tres millones de pesetas, según los capitanes, Juan Arias y José Manuel García, portavoces de la plantilla. Los jugadores no sabían si podrán culminar aquella extraña iniciativa, aunque confiaban en ser capaces de superar la situación deportiva del equipo, último de la tabla, y lograr la supervivencia de la entidad con el apoyo de la afición.
Pero la situación se hizo insostenible y fue convocada aquella asamblea con la presencia de un delegado federativo. Las propuestas, apoyadas por el entonces alcaldes, no encontraban el calor de los aficionados, que abarrotaron el salón del Círculo. La desesperación cundía hasta que se arrojo la toalla. Pero esa última súplica de Pagán encontró eco en un grupo de unos cuantos intrépidos que se vieron obligados a tomar decisiones inmediatas.
La primera fue recuperar a Baby como entrenador. El técnico algecireño había sido cesado en la primera vuelta y sustituido por el argentino Carlos Pacheco. Pero la directiva se puso en contacto de manera inmediata con él y en esa misma semana volvió a dirigir los entrenamientos. La plantilla, algo más tranquila pero muy desilusionada por la incertidumbre, se conjuró para tratar de poner todo de su parte en la lucha por la supervivencia. Pero el primer partido después de aquella asamblea fue un mazazo. El equipo perdió 5-0 en el viejo Colombino ante el Recreativo de Huelva. La directiva siguió luchando contra viento y marea. El apoyo de Domingo Ferrá fue fundamental y llegó a sufragar los gastos de algunos desplazamientos, porque los ingresos eran escasos y no daban para nada.
Una victoria en casa sobre el Marino canario y un empate a cero en El Ejido mejoraron el ambiente pero el 0-3 ante el Xerez Deportivo en partido mañanero fue otro jarro de agua fría, a pesar de lo cual siguió luchando y logró marcadores esperanzadores en casa y fuera, como aquel 1-3 en Lepe o el 3-3 en el viejo Insular ante Las Palmas con un gol de bandera de Juanito Hoyos.
En la jornada 34º, fue desperdiciado un 0-2 en Estepona que pudo haber sido clave. El empate a dos dejó todo casi sentenciado y al final se certificó el descenso en la penúltima jornada ante el Mensajero. A Los Cármenes se fue ya por compromiso en la última jornada.
En lo administrativo, la directiva seguía haciendo malabarismos para poder viajar y pagar algo a los jugadores pero éstos se vieron obligados a denunciar ante la AFE.
Terminada la competición liguera comenzó otra, la de encontrar el dinero para que el equipo no perdiera otra categoría por impagos. El trasiego del club a La Caixa de aficionados con las aportaciones económicas eran constantes. Las negociaciones con los jugadores, agónicas. El despacho del alcalde era más una sala de gestión que otra cosa hasta que al final se logró superar el trance y el equipo, como club, salió a flote.